lunes, 1 de junio de 2009

Levísima presentación

Panorama del desprecio nace desde una perspectiva intimista. Personalísima es, pues, la voluntad de celebrar la impronta literaria de algunos autores, los menos, partidarios en su manifestación artística de objetaciones, cuestionamientos, dobles revisiones o pugnas dirigidas hacia las renovaciones, con una comprometida promoción de basamentos artísticos desestructurantes de repetitivos cánones desfasados e inservibles.
Apoyándome sobre las teorías de Hipólito A. Taine, descritas en su Filosofía del arte, reafirmo y comparto tan reflexiva opinión al respecto de la separación indiscutible que debe efectuarse entre “artesanos y copistas” del arte y los verdaderos poietés.

Taine insiste en que el artista nato
“penetra en el interior de los objetos y parece más perspicaz que los otros hombres [...] Que se los adormezca con hermosos nombres y se le llame inspiración, genio o como se quiera, nos parece razonable, pero si se desea definirle con exactitud, es preciso notar, en primer lugar, la sensación intensa y personal que agrupa en torno todo un cortejo de ideas accesorias, las maneja de nuevo, las rehace, las transforma como una metamorfosis y las utiliza para revelarse”.(1)

Así es como, partiendo desde una visión no estereotípica, menos aún sexista, ni biográfica, Panorama del desprecio presenta esta selección de textos que abarcan, quizá, las escuelas o tendencias más desprestigiadas por su rebeldía congénita, las que transformaron al objeto real hasta alcanzar su modificación sistemática con referencia a sus caracteres esenciales. La libre alteración de las relaciones entre las partes que atañen al arte de la lengua puede (y debe) ejercer justa corrección y precisamiento para las formas, como tendencia fiel a la alteración de los inmovilismos.
Si el mundo siguiera basándose en antiguos preceptos, hubiésemos concluido en una redundancia taxativa de imprudencias ahogadas, sin más destino siguiente, que una vez más, la misma repetición desvirtuada.
Por este motivo, elegimos un corpus de autores que, aunque brevísimo y muy escueto, condense y represente de cada movimiento literario abordado el desacuerdo (personal o grupal) que mantiene siempre viva afrenta con los repetitivos convencionalismos, que someten los estilos, bajo los espectros caducos y obsoletos de la ideología artística que le precede, ya desprovista, en su totalidad del compromiso verídico de la palabra que nombra.
Desde la cándida función intentada por el Barroco (la dialéctica del docere, delectare y movere), pasando por el Simbolismo, con su sugerencia del arte de la ficción o dedicándonos al Teatro del Absurdo, en su destrucción dedicada del texto literario, este blog intentará reconocer debidamente los trabajos de hombres en pleno ejercicio del pensamiento, que dotaron a la creación literaria con rasgos enérgicos en gozo del privilego de los cambios. Si para este fin debemos incluir malditos, desahuciados o reaccionarios a los quietismos estilísticos, lo haremos.
Ya lo mencionaba Claude Mauriac cuando afirmaba:
“Si una raza entera de autores habla hoy la misma lengua, es porque todos ellos son depositarios de un mismo secreto. Por más que no conozcan más que su propio drama y no hablen más que de sí mismos, se trata de una maldición común. Y esto hasta tal extremo, que las exegénesis sobre tales escritores resultan intercambiables. La mayor parte de los críticos reescriben indefinidamente el mismo artículo. Sólo los nombres propios cambian, si bien los de Joyce y Kafka se vuelven a encontrar en unos y otros textos.”(2)

La Retórica, a este fin específico, es menos importante que el mismo lirismo. O, haciéndonos eco de las mismas palabras de Beckett en el Innombrable (3), alcanzar el idilio de que la literatura sea la herramienta precisa del beneplácito subjetivo, destinada a corroerles las posibles perdurabilidades al mundo y desestabilizar los fastidiosos lapsos temporales que disgregan nuestro encuentro, hoy imposibilitado, con el self universal.

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1) H. A. TAINE, Filosofía del arte. Tomo I: De la naturaleza de la obra de arte. (pág. 34, 35).
2) C: MAURIAC, L’alittératture contemporaine, Paris, Albin Michel, 1958. (pág. 133)
3) S. BECKETT, L’innommable, Paris, Editions de Minuit, 1953.
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