martes, 7 de septiembre de 2010

Cínicamente incorrecto.

Hemos heredado la falsa asociación semántica entre los vocablos cinismo e hipocresía. Pienso, al momento de escribir este post, acerca de la tergiversación malsana de algunas expresiones que antiguamente revestían significados muy distintos. El hecho específico se centra en la comunión insoslayable que presenta, sea en el modo discursivo escrito u oral, la necesidad del uso de sinónimos.

Nos obligamos a no repetirnos; desde pequeños nos aleccionan que un trayecto de lectura plagado de las mismas palabras es casi una aberración lingüística. Acudimos, obedientes, al diccionario. Y este nos presenta alternativas que podemos utilizar. Aliviados, reemplazamos los repetitivos: el objetivo principal llegó a buen destino. La mayor parte de las veces, hacemos nacer un texto sin sentido, puesto que, sabido es que la sinonimia absoluta carece de existencia en el mundo real.

Así leemos: "aquella persona cínica (grosera, obsena, mentirosa) se rió de mí, era tan hipócrita (denota fingimiento) cuando se refería a mi, que tuve que ignorarlo". Me pregunto, después de esto, ¿cómo fue que el cinismo se alió a la hipocresía para ser características claves de un objeto que desagrada?

Sí, es evidente que la vinculación con el ideal filosófico causó mella en el transcurso de vida de la palabra. Así nos llega su verdadera identidad como tercera (tal vez cuarta) acepción en cualquier diccionario, confrontándola con el uso común que de ella se hace:

Cinismo: m. Impudencia, obscenidad descarada.

Es cierto. Aún conserva alguna parte de su significado primigenio, pero el marco sobre el cual un impúdico cínico nos muestra sus genitales en el ágora, se ha perdido.
El noble pensamiento cínico, difícilmente considerado por los eruditos una escuela filosófica, bregaba por un desarticulamiento sustancial del hombre de un materialismo terreno y su vuelta a la Naturaleza, como único medio por el cual hallar el bienestar.

Grabado del s. XIX alusivo a la anécdota del encuentro entre Alejandro Magno y Diógenes de Sinope, en el cual éste le pide que se mueva porque le impide recibir los rayos de sol.


Protestaban ante el mundo: la moral griega de entonces había decantado en sus conciencias hacia la repugnancia. Pensemos en un sistema sociológicamente corrupto por la esclavitud instituida a través de la demagogia y como resultado, las diferenciaciones sociales con que esto repercutía.

Entender los métodos de protesta de nuestros semejantes, muchas veces es una ardua tarea. Tal vez el extremismo habido en determinadas vejaciones sea la causa concreta que haga surgir un reclamo también extremo.

En consecuencia, Crates e Hiparquía osan consagrar el acto sexual en la plaza pública, Diógenes entra al teatro, chocando contra la gente y clama cuando se lo increpa: "Es lo que me esfuerzo por hacer a lo largo de toda mi vida" (Diógenes Laercio, VI).

Una indagación en la enfermedad mental descubierta por la psiquiatría, el síndrome de Diógenes, quizás nos remita más claramente el modo contestatario de los antiguos griegos; si bien, deberíamos obviar una patología psíquica imposibilitante:

- negligencia de las necesidades de higiene, alimentación o salud.
- reclusión domiciliaria.
- rechazo de ayuda.
- misantropía.
- aislamiento social.
- soledad voluntaria. (1)

¿Cuál es el mejor modo de crear la polémica? Infringiendo cualquier norma, por supuesto. Y serán las reglas sociales las que tendrán que quebrarse. En un mundo helénico perfecto, que prepara a los niños desde los 7 años a cargo de un pederasta (refiriéndome en exclusivo a su intencionalidad griega) con el cometido único de hacerle alcanzar la areté; sistema el cual se ha ido retorciendo hasta concluir en una hybris recalcitrante, es necesario instaurar una práctica que deje de lado al aristoi y centre su atención sobre una diké más igualitaria.

Lo anterior se traduce en una conducta condenable de los cínicos. El retorno a la bestialidad que sugieren, el total abandono de su aspecto físico, y agravando aún más el panorama, la invitación empecinada a conductas por siempre reprochables (homosexualidad, canibalismo, incesto, prostitución) combatirán a primera sangre aquella sociedad para entonces perdida, que hace oídos sordos a un imperioso cambio del razonamiento. (2)

Y es una meta impecable la que impulsa al cinismo: los kynes griegos (calificativo despectivo tomado por ellos mismos como reivindicador) iban a enseñarle a ese mundo helenístico enviciado, el camino que aseguraba la obtención y el buen disfrute de la completa felicidad.

Quien sea el fundador del pensamiento, Diógenes, Crates o Antístenes, no es materia que nos competa a mayores concluyentes literarios, mas las resonancias posteriores sobre el quehacer pensante, tal vez. Del cinismo helénico obtenemos las diatribas, tan significativas para la retórica; pero, de ningún modo (retornándo a el motivo inicial que me lanzó a escribir esto), como han señalado Brunschwig y Lloyd, el kynismos antiguo reviste "una burla de la posibilidad de ayudar a sus contemporáneos a encontrar la felicidad". La provocación de un cínico actual "es puramente negativa y la mera idea de ascesis no interviene en su modo de vida".

Con el transcurrir del siglo XX, se ha asociado al cinismo con algunos movimientos sociales tendientes a desbaratar la opresión política, como el hippismo. De ahí que el flower power predicara una sociedad sin instituciones o mermada al extremo de políticas autocráticas. La igualdad, como entre los cínicos, se convertiría en el mayor requerimiento de los hippies.

Para concluir, adoso una interesante y cínica imagen de la confrontación entre el uso temporal de las acepciones de la palabra:

La difícil proporción de una limosna


Como ya hemos dicho, los filósofos cínicos se caracterizaban por su austeridad. Pues bien, se cuenta que un cínico pedía un día limosna al rey Antígono:


-Sólo pido una dracma -imploró el filósofo cínico.
-Imposible, eso sería indigno de un rey como yo -le dijo Antígono.
-Dame un talento entonces -rogó el filósofo.
-¡Ni hablar! Eso sería demasiado para un cínico como tú. (3)

Gabrielle Angoisser


diatribaEsta forma literaria, (aunque específicamente, discurso) fue propia del cinismo, más tarde del estoicismo. Ya Sócrates utilizaba la diatriba para instruir a sus alumnos con referencia a algún cuestionamiento filosófico. Establecía una batería de preguntas, de las cuales el alumno debía elegir una respuesta conveniente y de esta manera, inducía el maestro su acercamiento a una corriente filosófica determinada.
Si bien, se argumenta a favor y en contra de su inclusión dentro de los géneros literarios como tal, debe asociársela inherente a la retórica; aunque, sólo mediante el buen uso que ésta efectúe sobre aquella. Y la razón fundamental es que la diatriba posee un importante valor didáctico-argumentativo.
Gracias a un estudio más avanzado en los últimos años, la forma escrita de la diatriba incluye con gran preponderancia los diálogos. Además, siempre se crea sobre participantes ficticios, los que deben recibir parte del interrogante como depósito del cuestionamiento. Quien escribe deberá buscar ciegamente la respuesta, y a este fin es que los participantes deben integrar un mundo irreal.
Si volvemos a los iniciales practicantes, cínicos por ejemplo, concordamos en que es a través de la diatriba como logran cuestionar el mundo y declarar la desavenencia violenta que les despierta.

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Obras y Webs Consultadas:

(1) http://www.psiquired.com/Salvador/Di%C3%B3genes%20e%20Internet%20en%20el%20siglo%20XXV.asp
(2) Daraki, Romeyer-Dherbey; El mundo helenístico: cínicos, estoicos y epicúreos.
(3) Calero, Pedro; Filosofía para bufones: un paseo por la historia del pensamiento a través de las anécdotas de los grandes filósofos; Ed. Ariel, Barcelona, 2007.
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