jueves, 17 de mayo de 2012

Los niños que mienten: Luisa Castro


De la profunda textualidad de Luisa Castro, filóloga hispana, podría rellenar carillas dobles. Como conformista remilgada, destaco Odisea infinita, Los versos del eunuco y Los hábitos del artillero, producción lírica que he visto gracias a indigentes raciones existentes en la web.
Se conoce a quien escribe cuando su palabra destapa el aparente cause de las formas concertadas. Bastaría retirarla de esa artificiosa Irlanda y situarla en alguna calle adoquinada de Barcelona, la plenitud del vocabulario persistiría –retornaría–, no ya descrito por un poste de carreteras, sino como antecesor de cualquier vacua evocación material.
El blog de mi tan admirada Elena Soto remite a su página personal. Anexiono este dato porque si no hubiese sido a través del Establo de Pegaso, perdía la agradable contingencia de adentrarme en su obra.
Dos poemas suyos de Ballenas (1988). Tambien aquí una entrevista adorable.



Divido el mundo por dos

I


Divido el mundo por dos.
No hace falta ser antigua para comprenderlo:
de un lado está mi cabeza,
del otro está mi padre pescando pez espada
en las costas irlandesas, en las heladas aguas
donde mis abuelos tenían
amantes jovencísimas
e hijos confundidos con nombres de botella.

Mi cabeza es pura inteligencia.
El trabajo de mi padre es domesticador.
Mi cabeza cabe en la boca del león.

Es siniestro
que yo me criase en la boca del león. Todas las noches
salíamos a echarles comida a los leones.
Me acuesto cansada,
Silvia,
todo el día
arrojando comida a los leones.
Mi padre me llama a gritos y tengo miedo
todo el día. Trabajo
todo el día.
Les tengo un miedo a los leones, un miedo...

Me acuesto con una pierna de menos
pero pienso en la otra y en los leones.
la ley de la selva es dura. Trabajo todo el día
y los romanos tienen unos látigos que dan un miedo...

Mi padre pescaba pez espada para que yo pudiese
—es siniestro—
alimentar al león con mi cabeza hermosísima.
Nunca puedo dormir sin que el bostezo de un león
me interrumpa el descanso.
Como tengo un cuerpo lindo
los leones me prefieren;
Comen con ojos y dientes.
Los romanos tienen unos látigos que dan un miedo...

Yo pienso de camino, sobre una sola pierna,
en la pierna que me queda.
Voy feliz porque soy inteligente.
Me acuesto
y enseguida me levanto: tienen hambre los leones.
¡Ah, maricón!,
los leones tienen un cerebro de mosquito
y yo soy inteligente.
Los romanos tienen unos látigos que dan un miedo...

Sobrevivo sin las piernas, este león
me devora la última, ¡ah, maricón!, qué cerebro
de mosquito,
quien me obligará a trabajar ahora
que no tengo piernas
para alimentar al león.

Me acuesto cansada de cintura para arriba.
De cintura para abajo soy pura inteligencia.
Los hijos de mi padre
se llamaban ron, caña, pez espada
yo
soy hija de mi padre,
el domesticador.

Quiero ver esas caras de jabón imperial.
Nunca me acariciaron.
Yo le metía mi inteligencia al león hasta el estómago
y no tenía miedo.

En la oreja izquierda llevo el pendiente
de una amante hermosísima.
Un día
mi abuelo me dijo: llevarás este pendiente
mientras la interpol permanezca
en aguas irlandesas,
vigilarás las mareas
mientras los labios de tu padre huelan a contrabando.

Dividido el mundo por dos.

De cintura para arriba soy pura inteligencia.
De cintura para abajo me gustan los leones.

Divido el mundo por dos.
Mi padre tiene las manos terminadas en punta
y vive en una casa sin remos.
Yo comeré toda mi vida apestosa carne de león.
No pasaré hambre.
Mi oreja izquierda sabe a pez espada.


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Mi madre trabaja en una fábrica de conservas


Mi madre trabaja en una fabrica de conservas.
Un día mi madre me dijo:
el amor es una sardina en lata. ¿Tú sabes
cómo se preparan las conservas
en lata?
Un día mi madre me dijo: el amor es una obra de arte en lata.
Hija,
¿sabes de dónde vienes? vienes
de un vivero de mejillones
en lata. Detrás de la fábrica, donde se pudren
las conchas
y las cajas de pescado. Un olor imposible, un azul
que no vale. De allí vienes.

¡Ah!, dije yo, entonces soy la hija del mar.

No.
Eres la hija de un día de descanso.

¡Ah!, dije yo,
soy la hija de la hora del bocadillo.
Sí, detrás, entre las cosas que no valen.

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