domingo, 28 de junio de 2009

Decadentismo

La decadencia esgrimida por los intelectuales defensores de esta fase literaria, siclo desprendido de la “revolución poética” (Michaud, pp. 233 y 234)* es el contrapunto rotundo a la significancia despectiva empleada, en un principio, por la crítica juiciosa y académica.
Diría, casi iniciado a partir de la “Historia de la decadencia y caída del Imperio romano” de Gibbon, donde el autor esboza una particular simpatía por los vencidos, el Decadentismo pretende una lucha que restablezca los derechos de la poesía y de la vida interior contra las tendencias materialistas y racionalistas del Realismo, naturalismo y la lógica positivista.
El fin del siglo marcó a los decadentes. El apocalipsis interior, en el cual se ven sumidos, el ocaso de una civilización que ha debilitado a las inquietas sensibilidades, crean el marco inicial para la posterior expresión.
De este modo, a las obsoletas reglas estéticas, oponen un entusiasta gusto por lo raro, el preciosismo estético o el uso del artificio sobre las palabras. Una “caricatura deliberada”, según las palabras de Preiss, diferenciada radicalmente de la mediocridad burguesa.
Así, manifiestan irrepudiablemente sentimientos complejos, como son: soledad moral, sadismo, ironía, amores trágicos, desprecio por la vulgaridad, profunda melancolía, y hasta un exacerbado misticismo, en defensa de las certidumbres, como herramientas combativas. El Decadentismo es la poesía de poetas pesimistas, enfrentando las crisis que amenazan sus almas.
Por tanto, en los “paraísos artificiales” enajenados, el poeta maldito se sumerge; de ellos acepta el convite a nuevas-inusitadas bellezas inverosímiles. “Retorcerle le pescuezo a la elocuencia” no podría haber acarreado menor agresividad intelectual, quizá la única manera posible (abrupta) para la fundación de nuevos ideales estéticos.
Voluptuosidad, perversión, confusión y embriaguez para y desde todos los sentidos es el gran lema de los “malditos decadentes”. El estímulo hallado en las corrupciones mundanas hace alumbrar una poesía renovada, cínica contestataria a un mundo inerte, finalizando un período, soslayado por el detenimiento matemático de los postreros conteos del desconcierto.
En contraste, el ímpetu del Decadentismo sentó las bases para la escisión provocada por el Simbolismo. Ambos, coherederos del Romanticismo; cada cual separado del precedente, en la conformación del desarrollo sobre el legado estético recibido.
Como sucede con toda tendencia afable a las posteriores recepciones, el Decadentismo, agotado por su fin específico de rebelar mediante el acontecer corpóreo los deterioros suscitados por la vida decadente, fomentó y estableció el nacimiento simbolista, del cual, éste último adquirió su “verificación de ideales” (Giuseppe Gabetti), pero con un sentido estético aún más depurado.

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-*Michaud, Guy; Message poétique du symbolisme, Paris, Nizet, 1966.
- Diccionario Literario Gonzalez Porto-Bompiani, Montaner y Simón, Barcelona, 1959.

Imágenes:
1- Jan TooropDutch, O Grave, Where is Thy Victory?, 1892.
2- Gustave Moreau, Orpheus, 1865, detalle.
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