viernes, 30 de julio de 2010

Emilio Adolfo Westphalen (1911 - 2001)

Y me he callado como si las palabras no me fueran a 
llenar la vida
Y ya no me quedara más que ofecerte
Me he callado porque el silencio pone más cerca 
los labios
Porque sólo el silencio sabe detener la muerte en los 
umbrales
Porque sólo el silencio sabe darse a la muerte sin
reservas
(Te he seguido... En Abolición de la Muerte, Emilio Adolfo Westphalen) 



Pasó más de treinta años validando la creencia que más le motivó: un inconformismo crudo por el lenguaje, que no merecía mejor decisión que el autosilenciamiento.
La voz poética en Westphalen será la condenada; es ella quien debe recibir los anquilosamientos sintácticos, sobre ella la obtención de esquemas semánticos claros oscilará. Sinnúmero de asociaciones aparentemente contradictorias, asociadas a las anteriores, no hacen más que reiterar su afirmativa convicción acerca de la poesía: “[...] un espejo de feria,/ un espejismo lunar, una cáscara desmenuzable, /La torre falsa más triste y despreciable”.
Para el tamiz de la crítica poco comprometida, probado surrealista y místico religioso; para aquellos que deseen adentrar en el consciente lírico de Westphalen, es preciso desasirse de las técnicas rígidas (principalmente si nos abocamos a sus primeros trabajos, donde hay una asumida intención de destierro radical ante cualquier formalismo poético). Su lírica coquetea reiteradas veces con la empeñada imposición de un mundo onírico paralelo y sobre ella, los arquetipos convencionales escriturales no son evadidos.
“En la Poesía - es sabido - el “médium” está sujeto enteramente a los dictados y caprichos de la Palabra” menciona el escritor, por tanto es cometido fundamental torcer tal capricho estético sólo en pos de una decantación minuciosa de los significados del lenguaje. ¿Cómo afronta tal antojadizo designio? Vertiendo sobre lo dicho el silencio. El que no es taxativo de ningún modo, puesto que para nombrarlo hace falta escribir sobre él.
El desvencijamiento por el cual ha atravesado el lenguaje desde sus primeros usos, provoca en el peruano (como en muchos escritores) un decisivo rompimiento movido por el descrédito puramente racional, hacia bloques de palabras que no puedan llegar a mencionar significados puros. Epistemológicamente, el silencio deberá adosar a la palabra otra valoración, ajeno en todo lo posible al repetitivo ruido sonoro escrito. Westphalen emerge desde sí mismo y se vale del propio acallamiento (escrito y vivido) para establecer que la alteridad es posible partiendo desde los silencios primigenios. De este único modo es como el lenguaje se retrotraerá hasta alcanzar una verídica analogía con los símbolos que traduce.

Gabrielle Angoisser
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