viernes, 16 de julio de 2010

Yo, pecadora

Anne Sexton - Djuna Barnes - Sylvia Plath


Dibujo por Djuna Barnes

Que esta trinidad de mujeres comparta misma nacionalidad (estadounidense) y una contemporaneidad creativa similar, son factores poco predominantes al intentar ubicarlas en un hipotético (y muy personal) altar poético.
Si ahondamos en sus biografías también hallamos sucesos compartidos entre las tres: feminismo casi fanático, circunstancias tormentosas que fluctúan entre abuso sexual a temprana edad, depresiones psicológicas graves que derivan en la concreción del suicidio y abuso intencionadamente abusivo del manejo legal sus obras póstumas. Asuntos todos que continúan significando superfluos frente al intento de aprehensión de sus poemarios.
Una cognición detallista (quizá, muchas veces, idólatra) volcada al momento de leerlas, nos exhibe límpidamente el paradigma de mujer escritora que transgrede las fórmulas conocidas de expresar: hay un cuerpo femenino barrenado (indistinta es la causa de insanía, provoca igual voluntad), un alma que resiste la condena del acallamiento, una intención lírica tenaz de exteriorizar el dolor a como de lugar y por medio de temas que, precisamente, incitan y temen: aborto, locura, maternidad, menstruación, lesbianismo, abandono, infidelidad.
Anne Sexton, Djuna Barnes y Sylvia Plath nacieron con el siglo XX y con él se difuminaron por la intrínseca necesidad de manifestar la angustia que carcomía gradualmente el ansia límpida por la vida. Si su arte poética es confesional será materia que probablemente ya haya llenado millones de anaqueles en bibliotecas de todo el mundo. Pero no podrá nadie negarles que entre otras, contribuyeron a deshacer las tramas intrincadas que antaño establecían una docilidad amordazada para una mujer "utilitaria".
Sendos cuerpos y mentes atraviesan conflictos imposibles de retener, no es la cura que afloren- quizá esto sirva solamente para reforzar la implicancia de la expresión ¡basta!- aunque tampoco es propicio que el desconsuelo instale inamovible regla de conservación.
Enfrentaron a la Nada insistentes, doblegaron su cuerpo a llamarse palabras. Acaso el único pecado que se les inculpe sea componer con el alma en carne viva.

G.A
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