martes, 6 de julio de 2010

Despalabrado - Serge Van Duunhoven

Dos personas caminan por Amsterdam. Una se tropieza. La más joven la levanta. Parecen padre e hijo, en verdad recién se conocieron. El mayor es marinero, el otro, un desocupado. "Dios creó el mundo, pero los holandeses crearon Holanda", dijo René Descartes.

¿Esto es un microcuento? No lo puedo decir. En toda historia siempre la síntesis nos persigue. Creer que en 12 ó 15 líneas, un autor es capaz de producir un milagro, es una fantasía que cualquiera que escribe quiere lograr.

Ni un segundo en la escena o una palabra es una canción, son suficientes para decir algo que perdure.

Los microcuentos son como dados en el puño del jugador. De pronto caen sobre la mesa y el azar los pone al descubierto. El escritor juega y por lo general, pierde. Si alguna vez la fortuna le apoya el dedo índice en el cento de la espalda, en lugar de alegrarse, es escriba comienza a temblar porque cree que es el cañón de una pistola manejada por otro jugador enloquecido. De eso se trata entonces: locura, juego, palabras, historias, rebeldía, angustia. Ante tanto desafío, la vida misma. El error de contar, decir, manifestar, cantar o comprometerse con un texto, la vanidad y la sospecha que al lado nuestro se siente la creación.

No certifico la obra terminada. No adhiero al texto acabado. Sí a la renuncia. Tampoco me trago esa historia que el lector siempre le encuentra otro final. El escritor es un malabarista, un mentiroso como yo.

No sé si estas palabras le sirven al autor para seguir empeñado en correr detrás de la liebre. Yo soy pesimista, a pesar de creerme cazador, todavía tengo el fusil en el estuche y solamente escucho historias de algunos farsantes y embusteros.
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