jueves, 19 de mayo de 2011

Baldazo bordeloisano a la actual enclenque poética

Negación de la poesía

Resulta importante, con todo, detectar el lugar actual de la poesía en el mundo contemporáneo. Ensayistas y novelistas ocupan un lugar relativamente conspicuo en las editoriales y aun en los medios; pero mucho menos es el lugar y la difusión reservada a la poesía y a los poetas, porque de todos los géneros existentes, la poesía es la que menos se presta a la manipulación y al consumismo que muchas veces caracteriza a una literatura orientada y explotada según las leyes del mercado. Como dice Dolores Etchecopar, sólo la poesía trastoca y nos transforma, tocada por la gracia que es la alegría del lenguaje cuando deja de tener un fin utilitario, cuando irradia la presencia y no el significado de las cosas. Quizá por eso parece difícil y oscura, porque exige del lector, como lo exigen el amor y la fe, el abandono de sus hábitos ideológicos, sentimentales y literarios, y la disposición a aventurarse en lo desconocido.
Y el mundo, que ama la rapidez y el éxito fácil, decreta en general, que la poesía es despreciable y ridícula. Alguien en una reunión social puede ser presentado como escritor; muy pocos afrontan el peligro de ser señalados como poetas: sería demasiado ambicioso y excesivamente modesto a la vez, según se lo mire. Más grave aún, la poesía se ve cada vez más acorralada en los programas escolares, que la deshacen estúpidamente, ignorando la fuente de identidad emocional y estética que ciertos poemas fundacionales pueden representar para chicos y adolescentes. Los grandes premios literarios van a novelistas y ensayistas; muy pocos estadistas o funcionarios públicos se precian de intercalar una cita poética en sus discursos, a riesgo de ser considerados afectados o extravagantes. (Aunque una saludable excepción que quisiera recordar es la de Félix Luna, quien luego de ser nombrado Secretario de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires en el primer gobierno democrático luego de la dictadura, celebró la ocasión con una payada conmemorable).

En un principio, estos ninguneos no deberían alterarnos: así como Cristo envió a sus discípulos al mundo para que no fueran del mundo, la poesía nos ha enviado a la sociedad para que no le pertenezcamos. Ni Safo ni Rimbaud ni Pizarnik eran personajes mundanos o sociables; por el contrario, eran mirados con desdén o temor o rechazo.
Platón arroja a los poetas de la ciudad porque considera a sus ficciones engañosas y vanas, pero sus palabras no lograron desplazar a los poemas de Homero ni a los de Anacreonte ni a los de Arquíloco. Y el desdén y la crueldad con que fueron tratados Miguel Hernández o César Vallejo no han hecho mella en la memoria ardiente de su poesía maravillosa. Los ejemplos siguen, tan contundentes como trágicos. Nietzsche no logró encontrar ningún editor que publicara la cuarta y última parte de su Así habló Zarathustra. Por cuenta de autor, editó cuarenta ejemplares, de los cuales regaló siete a los amigos; eso fue todo, hasta su muerte. e.e Cummings pasó por más de veinte editoriales hasta que su madre pagó la edición de su primer libro, titulado No agradezco (1935).

Autocrítica de la poesía

Con todo, si queremos preservar lo que de verdad hay en nuestras vidas, convengamos que no toda la literatura, no toda la poesía es inocente en este cataclismo que nos acecha por todas partes. Hay una literatura y una poesía que han cortejado y cortejan, con una complicidad lamentable, el mundo de la farándula, del bestsellerismo, del éxito a cualquier costo que esta deleznable cultura que nos rodea fomenta sin limitaciones. Cioran dice acertadamente que los tiempos de decadencia se reconocen porque en ellos la literatura se vuelve fácil e imposible a la vez. Fácil como objeto de mercado respondiendo a ciertas pautas exteriores; imposible porque se aparta así de la aventura de la nueva palabra. Y en le mismo sentido, Marguerite Duras (1984) sostienen en El amante: "Escribir ahora, se diría que la mayor parte de las veces, ya no es nada. Porque, confundiendo las cosas, escribir se ha transformado en ir en pos de la vanidad y el viento, y en la mayoría de los casos, escribir no es nada más que publicidad".
Creo que nuestra poesía colabora con los tiempos de perdición cuando se vuelve vacua y frívola, obra de pseudopoetas que han perdido a sus novias o novios, pero que jamás leyeron a Dante, que sufren el otoño sin haber conocido a Rilke, que hablan del tiempo sin haber presenciado a Borges. Se reconocen de inmediato porque chapalean en la obviedad sin inconvenientes, con ingenuidad y torpeza dignas de mejor causa. Otras veces, el pseudopoeta posee un oficio, pero no tiene nada que decir y estira su vacío a través de exangües páginas en forma de prolongado bostezo. En términos clínicos, es un narcisista abandónico que cree que la fama o la admiración de sus congéneres le procurará la curación de su soledad y de su vanidad herida, y enhebra incansablemente su rosario de lamentos e imágenes trilladas donde flamean adjetivos provenientes del mundo del desconsuelo, la soltería o el divorcio.
El problema con los pseudopoetas, aunque nunca afecten la naturaleza de la poesía verdadera, es que corroboran con su presencia la imagen ridícula y despreciable que tiene de ella la sociedad, y cierran de ese modo el acceso a la verdadera gente con verdadera sed de verdadera poesía. Son como un absceso que no permite ver la figura de los poetas genuinos, que son sueltos, desatados de su cordón umbilical y, aunque pueden ser terriblemente eróticos o fatalmente apasionados, tienen ojos para sentir el universo más allá de su corazoncito. Así es como aparecen ciertos círculos "poéticos" de Buenas Aires, tan absortos en una poética mecánica, abstracta, amusical, sin vigor ni originalidad ni emoción verdadera, sin un lenguaje que la sustente, sin nada nuevo que decir, que sentir, que presentir, ferozmente motivada por las redes editoriales y académicas de premios y distinciones, profundamente anoréxica y esnob.
Qué falta de salto, de bravura, en esta poesía, cuánto lamerse las heridas sociales o personales, qué carencia de novedad, de aliento universal que nos lleve lejos de la novia perdida o los padres añorados, qué falta de algo que nos conduzca a lo verdaderamente extraño, extrañamente verdadero del mundo.
Aunque, como decía Borges, el Viejo, el ser argentino nos da el derecho de ser universales, nadie parece querer salir de su rinconcito. Nadie retoma el Neruda de "sucede que me canso de ser hombre" o el Vallejo de "pero el cadáver, ay, siguió muriendo". Nos falta aire, aire de mundo, de pensamiento nuevo, de apertura cósmica. El minimalismo, que al principio semejaba tan sólo una afectación decorativa, parece haber aquejado también los cerebros y los corazones de quienes lo practican.
Y también existe una crítica cómplice, respaldada por la desidia de las grandes editoriales, que exalta naderías y falsos prestigios y omite lo esencial. El que las obras completas de Alejandra Pizarnik hayan tenido que recalar en España muestra la inexplicable indolencia argentina en estas materias. La grandiosa figura de Borges parece haber ocultado y sepultado a la generación que lo rodeaba, rica en poetas tan impactantes y memorables como Girondo, Bernárdez, Banchs, Molinari, Marechal, los González Tuñón y tantos otros que honrarían la lírica de cualquier país de habla hispana, pero vegetan entre nosotros sin pena ni gloria, sin lograr las reediciones y los estudios amorosos y cuidadosos que ciertamente merecen (Entre paréntesis: ¿hubiera sido aceptado Borges en la medida universal en lo que fue si no hubiera estado tan embebido en la cultura europea y si no hubiera sido tan despectivo con respecto a las grandes culturas indígenas latinoamericanas?). *

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Nota: La lingüista Ivonne Bordelois (una de las magistrales mentes femeninas argentinas vivas), expone desde su experiencia en la praxis escritural, el advenimiento y la concreción actual de una poesía raquítica en contenidos y desvitalizada del compromiso remoto que alguna vez sostuvo: la potestad intransigente de renovación sobre el mundo.
Su vasta carrera en humanidades la avala. Cercana a la Pizarnik, discípula de Chombsky, ensayista de Güiraldes o Lugones, Bordelois se atrave a aislar en amplios estudios desmenuzantes el lenguaje, para luego restituirlo al uso ordinario con un novísimo arsenal de conceptos que habían sido sorteados por el ruin intento de popularizar el Verdadero Arte.

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* BORDELOIS, Ivonne; Poesía en tiempos de crisis, En: Del silencio como porvenir, Buenos Aires, Libros del Zorzal, 2010. pp. 30-35.
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