viernes, 3 de diciembre de 2010

Sexo y palabra

Literatura erótica como canal coadyuvante entre pensamiento y exterior. Poesía, relato breve, novela que nombren protagonistas exclusivos la sexualidad y voluptuosidad más allá del elemento erótico por mero uso recursivo. Muchos creen dominar sus reglas; unos pocos captan la sensualidad escrita que activa los disparadores mentales del apetito carnal. Platón, Sade, Miller, Martín abusaron con placer extremo al hacerlo. En todas sus variantes, tiempos y lugares lo erótico se ha manifestado, legándonos formidables obras de la literatura pergeñadas entre el instinto humano y el raciocinio animal: “La facetia* sexual, breve, aguda, impregna toda la literatura culta y popular del occidente europeo”, dice Robert. B. Tate.


Pintura al fresco, Pompeya

Fomentado o denegado, el sexo como aliciente elemental en el ciclo de la vida, ha promovido la idea hasta verla resuelta sobre el papel. Si bien, no siempre la liviandad con la que en estos días se lo trata ha existido. Los impedimentos, la mayoría de las veces, le adosan al objeto valor, que sea “intratable” lo torna superior en el camino de la conquista. Y si en materia artística ostenta su desarrollo, tales escollos promueven la depuración de resultados, en el mejor de los casos o, por el contrario, una corrupción de valores: “Todo el progreso sentimental de la especie arranca de la incomunicación rabiosa de los sexos. El deseo necesita, para producir la chispa del amor, que los dos polos sexuales estén próximos y no se toquen. Esto precisamente es lo que ha procurado el pudor del tacto, graduando las distancias en infinitos experimentos sociales que dieron por resultado la transformación del instinto sexual en amores místicos, castos, platónicos, románticos, satánicos, etc. Y lo que es más admirable aún: la tortura del instinto puede producir su sublimación artística, literaria y hasta científica. O bien su degradación y perversidad.” (Enrique Casas Gaspar). (1)

Como rememora Michael Foucault, en su Historia de la sexualidad (2), hasta finales del siglo XVII estaba permitido nombrar libremente groserías y obscenidades sin mayores correctivos. Lícita era la desnudez de los infantes corriendo alrededor de adultos protectores; el affaire, mientras la etapa idílica del cortejo amatorio, cuando gestos y cualquier expresividad corporal pública resultaba poco evidente para la obtención exitosa del apareamiento. Precisa el autor: con el inicio del próximo siglo (XVIII) nos convertimos en victorianos. Una cita: “Entonces la sexualidad es cuidadosamente encerrada. Se muda. La familia conyugal la confisca. Y la absorbe por entero en la seriedad de la función reproductora. En torno al sexo, silencio. Dicta la ley la pareja legítima y procreadora. Se impone como modelo, hace valer la norma, detenta la verdad, retiene el derecho de hablar –reservándose el principio del secreto.”
Igualmente, continúa en su libro Foucault, la prohibición terminante no impide, que en otro “sector victoriano” de la población, precisamente los parias, ante los cuales la “célula familiar” se muestra tan reticente en sus costumbrismos (prostitutas, dementes, escritores desbordados, etc.), se produzca el auspicio para con la (por entonces) ilegitimidad sexual y tanto las prácticas como los discursos sigan manifestándose. Eso sí, embozados, superpuestos, enmascarados en un círculo clandestino nacido por las represiones.


Kissers,  © 2006 John Currin.

Sexo y poder es el fundamento de la proscripción sexual victoriana. Al subvertirse los modelos políticos, sociales o económicos, al enfrentar el hombre una estructuración caduca como ente individual, aunado al desmoronamiento de los últimos grandes imperios mundiales (células familiares más contaminadas en sus raíces que un grupo de “hermanas“ en un burdel), afloran los sublevamientos. Un sujeto impúdico subversivo detentará ahora su estandarte del deseo a viva voz. La literatura también contemplará estos cambios.
Siglos XX y XXI nutren y fortifican los catálogos de literatura erótica. Aunque, con el uso llega también la réplica: erotismo enfrentado a pornografía. Que si el primero menciona, enmarca pero no define, invita a la imaginación a aludir el acto sexual sin tornarlo banal, ayudado por la sensualidad; que si lo pornográfico se plaga de vulgaridad, desagrada por su aniquilación de sugerencias, resulta antiartístico…
Como fuere, lo erótico escrito altera los cánones de visibilidad presentes. En estos días no resulta difícil la imagen estática o secuenciada que muestre relaciones sexuales. El aporte que realiza la poesía o un relato consiste en ese torbellino cúmulo que se genera a partir del pensamiento. La imaginación erótica, como señala Octavio Paz, se halla intensificada por la distancia. Sin la posibilidad “aparente” de asir lo deseado, la mente le anexa contenidos personalizados, símbolos particulares que complazcan la libido, los cuales, unidos al poder de las imágenes fomentan una realidad más generosa que concluya hacia lo satisfactorio.
El siguiente post reúne algunos poemas eróticos sin criterio de pre elección. Aunque sí aseguro que impulsan a la maquinaria pensante hasta la provocación desbocada de la ocurrencia.

Gabrielle Angoisser

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(1) Casas Gaspar, Enrique; El origen del pudor.
(2) Foucault, Michel; Historia de la sexualidad.

* refiriéndose a la alusión gozosa del género latino.
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